Cuando era niña, era una pequeñísima persona rebosante en estúpida e irracional esperanza. Esa esperanza, que hoy aún tiene sus resabios en contenidos de lo más absurdos, me llevó a enfrentarme en múltiples ocasiones de la manera más brutal contra la irrevocabilidad de la realidad (y, en varios de esos casos, contra los espejismos más engañosos del Capital), especialmente en el lapso comprendido entre los 4 y los 9 años.
Hoy, que en gran medida esas decepciones tempranas se siguen actualizando en mi vida cotidiana producto de acontecimientos que las han traído a la vida nuevamente (o que les han permitido tener eficacia presente, tan brutales como en el momento traumático en que me enfrenté a ellas por primera vez), creo que una buena forma de tramitar esto es abrir esta sección del blogsss, nuevamente y como siempre, con ilustrativas imágenes que puedan hacerles (y hacerme) comprender a cabalidad lo que esas decepciones significaron para mí.
Es una sección y no un único post porque sé que en la medida en que me adentre en estos contenidos traumáticos iremos acercándonos cada vez más al núcleo, y más imágenes saldrán a la luz, más recuerdos anexos, más representaciones del complejo.
Así que aquí vamos.
1. De los Yan-yan.
(o Del reconocimiento de cómo el Capital disminuye al mínimo nuestras experiencias de profundo y genuino placer)
Ya, primero que todo, ¿Se acuerdan de los yan yan?
Yo los recuerdo un poco así:
Yo los recuerdo un poco así:
Aunque si los busco en internet eran más bien así:
(Igual me quedaron pareciiiidos)
Estas encantadoras golosinas, tan perfectas por combinar lo salado con lo dulce, tan perfectas por su envase rojo llamativo, tan perfectas por tener instrucciones y convertir en un juego maravilloso la experiencia de comerlos ("saca yan-yan, unta yan-yan, come yan-yan"), eran lejos uno de los momentos más bacanes de ir al súper y poder poner carita de pena para comer cosas ricas.
De modo que, en los intervalos en los cuales no estaba comiendo pickles ni tomando vinagre en vaso ni comiendo nachos, yo era el ser más feliz del mundo de estar comiendo estas cosas.
Sin embargo, cada vez que me las compraban (quizás porque en el fondo hay una parte en mí que con las decepciones es como Dory), vivía la misma experiencia.
Cuando recién me las pasaban, yo las abría con toda ilusión, y me encontraba con esta imagen:
Una imagen que me llevaba, una y otra vez, a imaginarme el contenido de los yan-yan como algo parecido a esto:
Esa ilusión me hacía voraz.
Comía y comía yan yan y los untaba en una cantidad absurda de chocolate.
Comía y comía yan yan y los untaba en una cantidad absurda de chocolate.
Absurda.
Hasta que me topaba con la angustia de estar tocando, demasiado pronto, el fondo de la salsa de chocolate y caer en la cuenta de que, en la realidad, los yan-yan son algo como esto:
Hoy este recuerdo se hace eficacia presente porque HAN VUELTO A VENDER YAN-YAN Y ESTOY DEMASIADO FELIZ. Pero CADA VEZ que los como me sucede exactamente lo mismo.
Pero no es que no haya aprendido nada.
El aprendizaje que me quedó de esa experiencia, de tener que acatar que EL CAPITAL OBLIGA A QUE LA PASTITA SEA MÁS CHIQUITA DE LO QUE EN REALIDAD DEBERÍA SER para generar la experiencia de placer supremo que se supone que tiene que generar, me llevó a ser hoy
Una tacaña de las salsitas.
Sí. Así es. Soy de esa gente insoportable que le echa muy poca salsita a todo (para que dure mucho, mucho rato) y que mira con unos ojos horribles a toda la gente que vive con la libertad de sacar con su nacho/papita/zanahoria/yan-yan toda la pastita que considera necesaria para ser feliz. Gente que no tuvo la experiencia de la decepción brutal. O que la resolvió bien.
Para todos ustedes que hacen eso: los odio.
Para todos ustedes que hacen eso: los odio.
2. De las playas de estacionamiento
(o De cómo la experiencia de lo exótico siempre está remitida al escape y simplemente no ingresa a nuestro cotidiano)
Nuevamente en mi tierna infancia, cuando era un ser humano de ojos muy demasiado grandes para mi cara, que andaba siempre en el auto con mi mamá que vende seguros de vida y anda mucho en auto (escena que se veía así):
solíamos pasar, dentro de estas andanzas (yo en verdad iba en el asiento del copiloto, pero para que apareciera mi mamá también me dibujé en el asiento de atrás, lo que es una imprecisión que deberán perdonar), al frente de ciertos lugares con un nombre muy llamativo para mí:
Recuerdo mi emoción fulminante al creer (avisé que era absurdo) que por alguna razón que no necesariamente se parecía a Lavín y sus inventos, alguien había hecho la magia de permitirnos tener en la mitad de la ciudad un trozo de playa que sería un poco así:
Pero no.
Pronto demasiado pronto me daba cuenta de que nuevamente tenía que destruir mi concepción de mundo llena de posibilidades mágicas por la aburrida y gris realidad de esos lugares con piedritas en el piso que hacen terriblemente incómodo caminar, siempre demasiado expuestos al sol, siempre con alguien demasiado triste cobrando el estacionamiento, siempre un momento parecido a esto:
La triste realidad es que por alguna razón no identificada, esa imagen paradisíacamente macabra de las palmeras en medio de la ciudad no se me ha ido y, el otro día, pasando frente a una de estas playas, no pude evitar traerla de vuelta y sentir nuevamente el peso de la decepción.
Sé que dos es poco.
Pero tres hubiera sido demasiado.
Quizás en mis próximas abreacciones pueda contarles ya no de a parejas sino que convocando la terna que mi buen Presidente ha instalado en el discurso chilensis.
Esoqueso.
JAJAJAJA. Yo pensé que se venía una serie de reflexiones profundas-mi-vida-es-horrible, pero NO. Hablar de los Yanyan es SUPREMO, comparto aquella decepción de la salsa, aunque creo que tal trauma no caló tan hondo en mí, porque aunque me odies SOY DE LOS QUE LE ECHO MUCHA SALSA A TODO, sí! MUCHA, si hay salsa Doritos-tostitos-de-espinaca (o acelga no sé) cagó la salsa, me la como y despues me revuelco en mi cama de dolor porque claramente está hecha para gente como tú o quizás un intermedio, gente que tenga un gusto normal por las salsas y que básicamente no tenga traumas al respecto.
ResponderEliminarCon las playas de estacionamiento debo decir que nunca me imaginé un lugar tan divertido como aquella bella imagen ilustrativa, sin embargo, di muchas vueltas por el centro cuando chico y siempre leía "playas de estacionamiento", aunque ahora que lo pienso no he visto, claramente están en extinción por la construcción desmedida!
Saludos y desde ahora seré un asiduo lector de tus travesías!
Yo tengo un gusto totalmente ANORMAL por las salsas y me como un tarro entero de salsa de queso Tostitos en un par de días y compro muy seguido porque la amo PERO saco de a poquito.
ResponderEliminarYo también creo que están en extinción por la industria inmobiliaria. O quizá más bien están relocalizados y ahora están en otros lados donde el valor del suelo es más barato... o quizás están bajo tierra... o quizás...
Quién sabe en verdad.
JAJAJAJAJAA ALONDRA ESTOY MURIENDO.
ResponderEliminarMe acordé que cuando era chica, mi papá tenía una confitería, y un día me trajo una caja gigante de yan yan.
y se vencieron.
Quizá por eso como salsa con bituperio groseramente y no al revés ): (no me odies, porfi)
Cariños y no diré quién me dio tu blog.
JIJIJIJIJI
OYE YAPO. Estoy esperando que escribas y leer las tuyas y que leas las mias.
ResponderEliminarAPARECE, pequeño símil de mi.
ya va ya va!
ResponderEliminar