En mi tierna infancia y más allá, además de ser una niña con ojos muy demasiado grandes para su cara y llena en rebosante, estúpida e irracional esperanza, era también una niña muy bien portada y que solía hacer muchas de las cosas según la norma. Eso era reconocido por todos los adultos en mi entorno como una gran característica digna de las mayores felicitaciones para mis papis, y especialmente digna de ejemplo para los niños poseídos por el diablo -dígase, cualquier niño que hacía las cosas que en verdad quería hacer en vez de seguir normas absurdas adultísticas.
El problema era que muchas veces, sin quererlo y movida por mi extraordinaria capacidad para convertir todo en algo mucho más serio de lo que era inicialmente, convertía en reglas cosas que aparentemente no lo eran. Hasta el día de hoy me cuesta mucho trabajo poder deshacer esos aprendizajes que durante mucho tiempo me llevaron a evitar hacer ciertas cosas bajo el convencimiento de que, si las hacía, las consecuencias serían del todo nefastas y horribles cosas sucederían.
Nadie en mi familia entiende muy bien cómo llegué a pensar que estas normas eran reglas inquebrantables; probablemente en un comienzo no eran ni siquiera normas sino palabras de precaución y cuidado, o incluso quizás nada de eso, pero que con la radicalidad de mi mente infantil se convirtieron en las tablas de Moisés que me indicaban el camino a seguir para no irme al infierno (esta metáfora es muy antojadiza porque mi familia es atea, pero supongo que era algo por el estilo, algo así como infinitamente brígido el cielo abriéndose por la mitad y el rostro de dios diciéndome:
NO PUEDES VESTIRTE DE ÁRBOL).
What?!
Eso.
Regla #1: No puedes vestirte de árbol
Primero un preámbulo.
Mi papi es una persona de lo más interesante. No vamos a ahondar aquí en describir todas las historias de mi papá, que les contaré más adelante y que probablemente harán que lo quieran/odien mucho, sino que nos dedicaremos a un exclusivo detalle de su ecléctica personalidad: mi papá ha sido siempre reconocido por la gente porque es seco, pero SECO para las actividades manuales. En verdad seco.
Yo no sé si es tanto por un exorbitante talento como por el hecho de que es el ser humano más paciente del mundo. Me acuerdo de una tarde en la cual, al más puro estilo de los noventa e influida por todas las series de Nickelodeon, yo no podía sacarme de la cabeza que era absolutamente necesario verme así:
Necesitaba verme así. En eso se basaba toda mi posibilidad de tener algún tipo de aceptación social entre no tengo idea quién porque no sé a quién chucha le pudo gustar que se usara el pelo así en algún momento, pero el punto es que TENÍA que tenerlo así. Así que fui donde mi papá y le dije que me hiciera esas trencitas, y mi papá (taaaaaan bueno), me dijo resignadamente: OK. Y pasó CUATRO HORAS durante una tarde insoportable de verano HACIÉNDOME MILES DE TRENCITAS CHIQUITITAS. Cuando terminó, como toda persona razonable, estaba descontenta con el resultado y me había dado cuenta de lo absurda que cualquier mujer sin ascendencias africanas se veía con esas millones de trencitas. Pero por amor y retribución a la infinita paciencia de monja de mi papi las usé un par de días y después me las desarmé religiosamente y quedé como una semana con el pelo así. So sad.
Bueno, esto era un ejemplo de lo resignadamente paciente que es mi papá. Y de su cariño absurdo hacia mí, su hija, que lo llevó a ser reconocido en el colegio (aquí viene lo importante) por hacer los disfraces más cuáticos del mundo para las obras de pre-kinder y kinder. Hubo un tiempo en que se pasó como UN MES haciéndome un disfraz de luciérnaga que consistía en una malla blanca entera, un potito hecho con papel celofán y las luces del árbol de navidad conectadas a un circuito muy básico que funcionaba a pilas y hacía que estuvieran encendidas (eso sumado a unas alitas de celofán y antenas de alambre y celofán).
CONCHATUMADRE ME VEÍA HERMOSA (sí, la devoción de mi papá ya empieza a parecer terrorífica, lo sé).
Bueno, la cosa es que esa vez que mi papá me disfrazó de luciérnaga y viví mis cinco minutos de fama siendo fotografiada por extraños, sucedió el evento que hizo que quedara para siempre impresa en mí la regla de que no me puedo vestir de árbol.
Esto fue porque vi a un niño vestido de árbol que se veía más o menos así:
Mi señora madre, recuerdo, apuntó al niño y me dijo: ¿Viste? Esa es la diferencia con tu traje, que nadie pensó que ese niño tenía que moverse ("¡No puedo creerlo! ¡Cómo no pensaron que tenía que moverse!", pensé yo), entonces le hicieron ese traje que es entero de cartón y mira, no puede caminar ("Es verdad, no puede caminar", pensé yo, viendo a mi compañero niideaquiénera parado con los brazos estirados y su traje de árbol hecho en cartón café y con su peluca de hojas de árbol):
- ¿Y si se cae, no se va a poder parar nunca más? - le pregunté a mi mamá con toda inocencia y una infinita e increíble preocupación y temor de que eso pudiera pasarme a mí alguna vez si se me ocurría disfrazarme de árbol.
- ¿Y si se cae, no se va a poder parar nunca más? - le pregunté a mi mamá con toda inocencia y una infinita e increíble preocupación y temor de que eso pudiera pasarme a mí alguna vez si se me ocurría disfrazarme de árbol.
- Pucha, yo creo, si no tiene ni cómo doblar las rodillas! - me respondió mi mamá, en algo que yo nunca reconocí como lo que era. Para mí era el reconocimiento más banal de algo profundamente terrible, que era que si se te ocurría disfrazarte de árbol, y no eras precavido y no pensabas sólo en parecerte a un árbol sino en SEGUIR SIENDO PERSONA, entonces el deseo de ser TAN PARECIDO A UN ÁRBOL COMO FUESE POSIBLE te arrastraría a la condena de la inmovilidad propia del mundo vegetal, pero sin dejar de ser HUMANO, y que por ende morirías en el letargo más terrible.
De ahí tuve pesadillas varios días con la siguiente imagen:
Y me la pasé pensando en una lenta y dolorosa muerte vegetal.
Regla #2: No puedes prender la luz del auto
Como les contaba en el post anterior, cuando era chica andaba mucho en auto con mi señora madre, y era todo un mundo en el que había que aprender muchas normas de conducta, negociar espectativas (música, por ejemplo), resolver dudas fundamentales de la vida, aprender de tus propios límites y principalmente conocer las reglas que permitían que el mundo siguiera funcionando bien.
Sumado a estos aprendizajes, en paralelo habían otros para mí y que eran principalmente el estar leyendo una serie de importantes novelas o, más comúnmente, comics de Ásterix y Obelix y de Ogú, Mampato y Rena (los amaba, los amo aún).
Estos dos mundos se cruzaron el día que me di cuenta de que la luz del auto no sólo se prendía cuando se abrían las puertas sino que podía prenderse a voluntad.
El momento mítico, evidentemente ya olvidado, debe haber sido algo como esto (probablementenofuealgocomoesto, pero en mi mente fue algo así):
Regla #2: No puedes prender la luz del auto
Como les contaba en el post anterior, cuando era chica andaba mucho en auto con mi señora madre, y era todo un mundo en el que había que aprender muchas normas de conducta, negociar espectativas (música, por ejemplo), resolver dudas fundamentales de la vida, aprender de tus propios límites y principalmente conocer las reglas que permitían que el mundo siguiera funcionando bien.
Sumado a estos aprendizajes, en paralelo habían otros para mí y que eran principalmente el estar leyendo una serie de importantes novelas o, más comúnmente, comics de Ásterix y Obelix y de Ogú, Mampato y Rena (los amaba, los amo aún).
Estos dos mundos se cruzaron el día que me di cuenta de que la luz del auto no sólo se prendía cuando se abrían las puertas sino que podía prenderse a voluntad.
El momento mítico, evidentemente ya olvidado, debe haber sido algo como esto (probablementenofuealgocomoesto, pero en mi mente fue algo así):
Estoy leyendo Ogú Mampato y Rena, probablemente "Rena en el Siglo XL", y me cuesta leer porque hay poca luz. De pronto, mis ojos se posan en un botón que hasta ahora no había visto:
Pienso:
Si aprieto esto va a haber luz y podré seguir leyendo. Mi mamá dice que leer con poca luz me va a hacer mal. Voy a apretar el botón y a prender la luz.
Lo hago, y la situación se vuelve algo más o menos así:
Mi mamá me dice que apague la luz porque la encandila (como se encandilan los conejos en la carretera); mi mente viaja a ese momento: me acuerdo de los conejos que se encandilan en la carretera y no corren de los autos y mueren aplastados y al fin entiendo por qué no puedo prender la luz en el auto.
Las consecuencias serían algo como esto:
Sabía que no podía privilegiar mi lectura a encandilar para siempre a mi mamá y terminar en un terrible accidente lleno de muertos, heridos y la televisión. La norma tenía sentido, y siempre al final de una norma con sentido estaba la muerte.
Así que adopté la norma sagradamente y, hasta el día de hoy, si tengo que prender la luz del auto para buscar algo lo busco lo más rápido que pueda para evitar que alguien muera de una manera horrible y que su muerte me atormente hasta el fin de mis días. Aparentemente no todos se encandilan como conejos con la luz interior del auto (que me he dado cuenta de que es también un poco suave como para encandilar a alguien), y ahora pienso que probablemente mi mamá me lo dijo para que no pasara TODO el camino con la luz prendida porque qué paja. Ay mamá, si supieras.
Regla #3: No puedes comer Danky 21
Esta historia es más corta.
Con mi papá, después de clases, íbamos muchas veces a tomar un helado (él) y a comer un Kinder Sorpresa (yo), y mi papá siempre compraba un helado que se veía muy apetitoso y que tenía un nombre de lo más choriflay:
Danky 21.
(El Helado para adultos!)
Recuerdo que un día mi papá me explicó por qué yo no podía comer danky 21, pese a que se viera tan pero tan rico:
- Tiene pasasalrrón, hija.
(Yo, ni idea qué era eso de pasasalrrón)- Tiene pasasalrrón, hija.
- ¿Y?
- Que no te van a gustar, y que son para adultos.
Me demoré mucho tiempo en saber que pasasalrón no era un ingrediente sino dos, y que el segundo de ellos (por mucho tiempo pensé que el problema eran las pasas, porque eran para viejos) era un copetits de lo más rico.
No sé si mi papá se imaginaba que yo iba a terminar como así:
No sé si será que yo también pienso algo parecido, pero hasta el día de hoy (que hace poco ya pasé la barrera de los 21) sigo sin probar el Danky 21.
(Más adelante, en "cosas que creía que estaban prohibidas cuando chica":
- Sacar comida del refrigerador
- Ir al centro en auto
- Sentarse en los brazos de un sillón
Entreotrasinfinitascosas)
- Sacar comida del refrigerador
- Ir al centro en auto
- Sentarse en los brazos de un sillón
Entreotrasinfinitascosas)