sábado, 12 de abril de 2014

Cosas que creía que estaban prohibidas cuando chica

En mi tierna infancia y más allá, además de ser una niña con ojos muy demasiado grandes para su cara y llena en rebosante, estúpida e irracional esperanza, era también una niña muy bien portada y que solía hacer muchas de las cosas según la norma. Eso era reconocido por todos los adultos en mi entorno como una gran característica digna de las mayores felicitaciones para mis papis, y especialmente digna de ejemplo para los niños poseídos por el diablo -dígase, cualquier niño que hacía las cosas que en verdad quería hacer en vez de seguir normas absurdas adultísticas.
El problema era que muchas veces, sin quererlo y movida por mi extraordinaria capacidad para convertir todo en algo mucho más serio de lo que era inicialmente, convertía en reglas cosas que aparentemente no lo eran. Hasta el día de hoy me cuesta mucho trabajo poder deshacer esos aprendizajes que durante mucho tiempo me llevaron a evitar hacer ciertas cosas bajo el convencimiento de que, si las hacía, las consecuencias serían del todo nefastas y horribles cosas sucederían.


Nadie en mi familia entiende muy bien cómo llegué a pensar que estas normas eran reglas inquebrantables; probablemente en un comienzo no eran ni siquiera normas sino palabras de precaución y cuidado, o incluso quizás nada de eso, pero que con la radicalidad de mi mente infantil se convirtieron en las tablas de Moisés que me indicaban el camino a seguir para no irme al infierno (esta metáfora es muy antojadiza porque mi familia es atea, pero supongo que era algo por el estilo, algo así como infinitamente brígido el cielo abriéndose por la mitad y el rostro de dios diciéndome: 
NO PUEDES VESTIRTE DE ÁRBOL).



What?!
Eso.

Regla #1: No puedes vestirte de árbol

Primero un preámbulo.
Mi papi es una persona de lo más interesante. No vamos a ahondar aquí en describir todas las historias de mi papá, que les contaré más adelante y que probablemente harán que lo quieran/odien mucho, sino que nos dedicaremos a un exclusivo detalle de su ecléctica personalidad: mi papá ha sido siempre reconocido por la gente porque es seco, pero SECO para las actividades manuales. En verdad seco.
Yo no sé si es tanto por un exorbitante talento como por el hecho de que es el ser humano más paciente del mundo. Me acuerdo de una tarde en la cual, al más puro estilo de los noventa e influida por todas las series de Nickelodeon, yo no podía sacarme de la cabeza que era absolutamente necesario verme así:


Necesitaba verme así. En eso se basaba toda mi posibilidad de tener algún tipo de aceptación social entre no tengo idea quién porque no sé a quién chucha le pudo gustar que se usara el pelo así en algún momento, pero el punto es que TENÍA que tenerlo así. Así que fui donde mi papá y le dije que me hiciera esas trencitas, y mi papá (taaaaaan bueno), me dijo resignadamente: OK. Y pasó CUATRO HORAS durante una tarde insoportable de verano HACIÉNDOME MILES DE TRENCITAS CHIQUITITAS. Cuando terminó, como toda persona razonable, estaba descontenta con el resultado y me había dado cuenta de lo absurda que cualquier mujer sin ascendencias africanas se veía con esas millones de trencitas. Pero por amor y retribución a la infinita paciencia de monja de mi papi las usé un par de días y después me las desarmé religiosamente y quedé como una semana con el pelo así. So sad.

Bueno, esto era un ejemplo de lo resignadamente paciente que es mi papá. Y de su cariño absurdo hacia mí, su hija, que lo llevó a ser reconocido en el colegio (aquí viene lo importante) por hacer los disfraces más cuáticos del mundo para las obras de pre-kinder y kinder. Hubo un tiempo en que se pasó como UN MES haciéndome un disfraz de luciérnaga que consistía en una malla blanca entera, un potito hecho con papel celofán y las luces del árbol de navidad conectadas a un circuito muy básico que funcionaba a pilas y hacía que estuvieran encendidas (eso sumado a unas alitas de celofán y antenas de alambre y celofán). 
CONCHATUMADRE ME VEÍA HERMOSA (sí, la devoción de mi papá ya empieza a parecer terrorífica, lo sé).

Bueno, la cosa es que esa vez que mi papá me disfrazó de luciérnaga y viví mis cinco minutos de fama siendo fotografiada por extraños, sucedió el evento que hizo que quedara para siempre impresa en mí la regla de que no me puedo vestir de árbol.
Esto fue porque vi a un niño vestido de árbol que se veía más o menos así:



Mi señora madre, recuerdo, apuntó al niño y me dijo: ¿Viste? Esa es la diferencia con tu traje, que nadie pensó que ese niño tenía que moverse ("¡No puedo creerlo! ¡Cómo no pensaron que tenía que moverse!", pensé yo), entonces le hicieron ese traje que es entero de cartón y mira, no puede caminar ("Es verdad, no puede caminar", pensé yo, viendo a mi compañero niideaquiénera parado con los brazos estirados y su traje de árbol hecho en cartón café y con su peluca de hojas de árbol):
- ¿Y si se cae, no se va a poder parar nunca más? - le pregunté a mi mamá con toda inocencia y una infinita e increíble preocupación y temor de que eso pudiera pasarme a mí alguna vez si se me ocurría disfrazarme de árbol.
- Pucha, yo creo, si no tiene ni cómo doblar las rodillas! - me respondió mi mamá, en algo que yo nunca reconocí como lo que era. Para mí era el reconocimiento más banal de algo profundamente terrible, que era que si se te ocurría disfrazarte de árbol, y no eras precavido y no pensabas sólo en parecerte a un árbol sino en SEGUIR SIENDO PERSONA, entonces el deseo de ser TAN PARECIDO A UN ÁRBOL COMO FUESE POSIBLE te arrastraría a la condena de la inmovilidad propia del mundo vegetal, pero sin dejar de ser HUMANO, y que por ende morirías en el letargo más terrible.

De ahí tuve pesadillas varios días con la siguiente imagen:


Y me la pasé pensando en una lenta y dolorosa muerte vegetal.

Regla #2: No puedes prender la luz del auto

Como les contaba en el post anterior, cuando era chica andaba mucho en auto con mi señora madre, y era todo un mundo en el que había que aprender muchas normas de conducta, negociar espectativas (música, por ejemplo), resolver dudas fundamentales de la vida, aprender de tus propios límites y principalmente conocer las reglas que permitían que el mundo siguiera funcionando bien.

Sumado a estos aprendizajes, en paralelo habían otros para mí y que eran principalmente el estar leyendo una serie de importantes novelas o, más comúnmente, comics de Ásterix y Obelix y de Ogú, Mampato y Rena (los amaba, los amo aún).

Estos dos mundos se cruzaron el día que me di cuenta de que la luz del auto no sólo se prendía cuando se abrían las puertas sino que podía prenderse a voluntad.
El momento mítico, evidentemente ya olvidado, debe haber sido algo como esto (probablementenofuealgocomoesto, pero en mi mente fue algo así):




Estoy leyendo Ogú Mampato y Rena, probablemente "Rena en el Siglo XL", y me cuesta leer porque hay poca luz. De pronto, mis ojos se posan en un botón que hasta ahora no había visto:

Pienso:
Si aprieto esto va a haber luz y podré seguir leyendo. Mi mamá dice que leer con poca luz me va a hacer mal. Voy a apretar el botón y a prender la luz.

Lo hago, y la situación se vuelve algo más o menos así:





Mi mamá me dice que apague la luz porque la encandila (como se encandilan los conejos en la carretera); mi mente viaja a ese momento: me acuerdo de los conejos que se encandilan en la carretera y no corren de los autos y mueren aplastados y al fin entiendo por qué no puedo prender la luz en el auto.

Las consecuencias serían algo como esto:


Sabía que no podía privilegiar mi lectura a encandilar para siempre a mi mamá y terminar en un terrible accidente lleno de muertos, heridos y la televisión. La norma tenía sentido, y siempre al final de una norma con sentido estaba la muerte.

Así que adopté la norma sagradamente y, hasta el día de hoy, si tengo que prender la luz del auto para buscar algo lo busco lo más rápido que pueda para evitar que alguien muera de una manera horrible y que su muerte me atormente hasta el fin de mis días. Aparentemente no todos se encandilan como conejos con la luz interior del auto (que me he dado cuenta de que es también un poco suave como para encandilar a alguien), y ahora pienso que probablemente mi mamá me lo dijo para que no pasara TODO el camino con la luz prendida porque qué paja. Ay mamá, si supieras.


Regla #3: No puedes comer Danky 21

Esta historia es más corta.
Con mi papá, después de clases, íbamos muchas veces a tomar un helado (él) y a comer un Kinder Sorpresa (yo), y mi papá siempre compraba un helado que se veía muy apetitoso y que tenía un nombre de lo más choriflay:

Danky 21.
(El Helado para adultos!)




Recuerdo que un día mi papá me explicó por qué yo no podía comer danky 21, pese a que se viera tan pero tan rico:

- Tiene pasasalrrón, hija.
(Yo, ni idea qué era eso de pasasalrrón)
- ¿Y?
- Que no te van a gustar, y que son para adultos.

Me demoré mucho tiempo en saber que pasasalrón no era un ingrediente sino dos, y que el segundo de ellos (por mucho tiempo pensé que el problema eran las pasas, porque eran para viejos) era un copetits de lo más rico. 

No sé si mi papá se imaginaba que yo iba a terminar como así:



No sé si será que yo también pienso algo parecido, pero hasta el día de hoy (que hace poco ya pasé la barrera de los 21) sigo sin probar el Danky 21.

(Más adelante, en "cosas que creía que estaban prohibidas cuando chica":
- Sacar comida del refrigerador
- Ir al centro en auto
- Sentarse en los brazos de un sillón

Entreotrasinfinitascosas)




sábado, 15 de marzo de 2014

Mis decepciones en la vida #1



Cuando era niña, era una pequeñísima persona rebosante en estúpida e irracional esperanza. Esa esperanza, que hoy aún tiene sus resabios en contenidos de lo más absurdos, me llevó a enfrentarme en múltiples ocasiones de la manera más brutal contra la irrevocabilidad de la realidad (y, en varios de esos casos, contra los espejismos más engañosos del Capital), especialmente en el lapso comprendido entre los 4 y los 9 años.

Hoy, que en gran medida esas decepciones tempranas se siguen actualizando en mi vida cotidiana producto de acontecimientos que las han traído a la vida nuevamente (o que les han permitido tener eficacia presente, tan brutales como en el momento traumático en que me enfrenté a ellas por primera vez), creo que una buena forma de tramitar esto es abrir esta sección del blogsss, nuevamente y como siempre, con ilustrativas imágenes que puedan hacerles (y hacerme) comprender a cabalidad lo que esas decepciones significaron para mí.

Es una sección y no un único post porque sé que en la medida en que me adentre en estos contenidos traumáticos iremos acercándonos cada vez más al núcleo, y más imágenes saldrán a la luz, más recuerdos anexos, más representaciones del complejo.

Así que aquí vamos.

1. De los Yan-yan.
(o Del reconocimiento de cómo el Capital disminuye al mínimo nuestras experiencias de profundo y genuino placer)

Ya, primero que todo, ¿Se acuerdan de los yan yan?
Yo los recuerdo un poco así:


Aunque si los busco en internet eran más bien así:


(Igual me quedaron pareciiiidos)

Estas encantadoras golosinas, tan perfectas por combinar lo salado con lo dulce, tan perfectas por su envase rojo llamativo, tan perfectas por tener instrucciones y convertir en un juego maravilloso la experiencia de comerlos ("saca yan-yan, unta yan-yan, come yan-yan"), eran lejos uno de los momentos más bacanes de ir al súper y poder poner carita de pena para comer cosas ricas.

De modo que, en los intervalos en los cuales no estaba comiendo pickles ni tomando vinagre en vaso ni comiendo nachos, yo era el ser más feliz del mundo de estar comiendo estas cosas.

Sin embargo, cada vez que me las compraban (quizás porque en el fondo hay una parte en mí que con las decepciones es como Dory), vivía la misma experiencia.

Cuando recién me las pasaban, yo las abría con toda ilusión, y me encontraba con esta imagen:



Una imagen que me llevaba, una y otra vez, a imaginarme el contenido de los yan-yan como algo parecido a esto:



Esa ilusión me hacía voraz.
Comía y comía yan yan y los untaba en una cantidad absurda de chocolate.
Absurda.
Hasta que me topaba con la angustia de estar tocando, demasiado pronto, el fondo de la salsa de chocolate y caer en la cuenta de que, en la realidad, los yan-yan son algo como esto:


Hoy este recuerdo se hace eficacia presente porque HAN VUELTO A VENDER YAN-YAN Y ESTOY DEMASIADO FELIZ. Pero CADA VEZ que los como me sucede exactamente lo mismo.

Pero no es que no haya aprendido nada.

El aprendizaje que me quedó de esa experiencia, de tener que acatar que EL CAPITAL OBLIGA A QUE LA PASTITA SEA MÁS CHIQUITA DE LO QUE EN REALIDAD DEBERÍA SER para generar la experiencia de placer supremo que se supone que tiene que generar, me llevó a ser hoy

Una tacaña de las salsitas.

Sí. Así es. Soy de esa gente insoportable que le echa muy poca salsita a todo (para que dure mucho, mucho rato) y que mira con unos ojos horribles a toda la gente que vive con la libertad de sacar con su nacho/papita/zanahoria/yan-yan toda la pastita que considera necesaria para ser feliz. Gente que no tuvo la experiencia de la decepción brutal. O que la resolvió bien.

Para todos ustedes que hacen eso: los odio.

2. De las playas de estacionamiento
(o De cómo la experiencia de lo exótico siempre está remitida al escape y simplemente no ingresa a nuestro cotidiano)

Nuevamente en mi tierna infancia, cuando era un ser humano de ojos muy demasiado grandes para mi cara, que andaba siempre en el auto con mi mamá que vende seguros de vida y anda mucho en auto (escena que se veía así):


solíamos pasar, dentro de estas andanzas (yo en verdad iba en el asiento del copiloto, pero para que apareciera mi mamá también me dibujé en el asiento de atrás, lo que es una imprecisión que deberán perdonar), al frente de ciertos lugares con un nombre muy llamativo para mí:



Recuerdo mi emoción fulminante al creer (avisé que era absurdo) que por alguna razón que no necesariamente se parecía a Lavín y sus inventos, alguien había hecho la magia de permitirnos tener en la mitad de la ciudad un trozo de playa que sería un poco así:



Pero no.
Pronto demasiado pronto me daba cuenta de que nuevamente tenía que destruir mi concepción de mundo llena de posibilidades mágicas por la aburrida y gris realidad de esos lugares con piedritas en el piso que hacen terriblemente incómodo caminar, siempre demasiado expuestos al sol, siempre con alguien demasiado triste cobrando el estacionamiento, siempre un momento parecido a esto:


La triste realidad es que por alguna razón no identificada, esa imagen paradisíacamente macabra de las palmeras en medio de la ciudad no se me ha ido y, el otro día, pasando frente a una de estas playas, no pude evitar traerla de vuelta y sentir nuevamente el peso de la decepción.


Sé que dos es poco.
Pero tres hubiera sido demasiado.
Quizás en mis próximas abreacciones pueda contarles ya no de a parejas sino que convocando la terna que mi buen Presidente ha instalado en el discurso chilensis.

Esoqueso.

jueves, 30 de enero de 2014

¿Dónde está lo público?

Muchas veces, pensar sobre la izquierda absorbe gran parte de mi tiempo. En muchas de esas ocasiones me atormenta la idea de no tener claridad acerca de cómo ubicar las distintas posiciones, con las que me he encontrado a lo largo de los años, en alguna especie de mapa mental que me permita organizarlas en función de algo que tenga más o menos sentido. Cuando la "radicalidad" dejó de ser un criterio muy eficiente y las definiciones en torno a la línea imaginaria "izquierda-derecha" se volvieron casi por completo inútiles, empecé a abrazar la idea de que las posiciones con las que me encontraba quizás pudieran entenderse mejor usando otros soportes.

Muchas veces me había encontrado a mí misma pensando en estos temas e imaginando horribles hermosos dibujos que podrían iluminarme y ayudarme a entenderlo todo (TODO EN EL MUNDO, en mis momentos más entusiastas), o, por último, a dar bote y empezar a pensar las cosas de otra forma al ver graficada mi estupidez.

A raíz de todo eso surge esta sección del blorgs, que en realidad es una burla a esos intentos (que tienen el objetivo de ser un poco más serios y útiles que la hermosura que les presentaré ahora), así como para tener material pa jugar a pensar sobre a izquierda y, bueno, en volá pensar también en otras cosas que se me vayan ocurriendo.

Y la cosa es que lo que se me ocurrió ahora nace porque estaba preguntándome por "lo público" y las discusiones que se han ido dando sobre eso durante este último tiempo, y especialmente ahora que viene la espantosa maravillosa era de la Nueva Pillería y sus secuaces (con sus séquitos de laboriosos hijos de puta), y en esa divagación pensé en este proyecto de "Guía ilustrada sobre la izquierda y sus posiciones con respecto a lo público" (GISLIYSPRALP). Así que aquí les presento el boceto del proyecto: 

(Voy a poner los dibujitos aclarativos y, para hacer esto más didáctico aún, pondré lo que estaba pensando al revés para que no les estropee la sorpresa de tratar de aplicar sus conocimientos para adivinar de qué estoy hablando!)

Primero, este es el mapa sobre el cual están basados mis detalladas ilustraciones:


1. Uno de los especímenes con los que me encontrado pero que por fortuna está en cierto peligro de extinción es el siguiente. Se para tranquilamente sobre el islote de lo público con nostalgia y añoranza reivindicando los valores éticos y morales de sus defensores como el único espacio de resistencia. Pueden tener grandes objetivos, pero por alguna razón (sobre este punto se han elaborado muchas tesis y chistes), no logran pasar a la acción. Quizás se deba a su condición cuasigenética de dividirse (en modo-meiosis, es decir, siendo sus fracciones cada vez más pequeñas y sin perspectivas de crecimiento), quién sabe. La cosa es que, sorprendentemente, los miles de esfuerzos históricos que han realizado por trabajar colectivamente (hay que admitir que son perseverantes l-s cabr-s) han pasado, en su gran mayoría, sin pena ni gloria (aunque a ell-s habría que avisarles, porque tras declaraciones como "en un 2013 marcado por el 'tomazo'..." no sabemos si se han enterado).



soʞsoɹʇ sol

2. Este es el grupo que me parece que hoy está en alza; tiene una similitud inicial con el grupo anterior (cierto reconocimiento común del conflicto al que se enfrentan), pero se propone a sí mismo hacer que el espacio revindicado crezca y se fortalezca y, quizás, así como pangea se convirtió en gondwana o algo por el estilo, pero justamente a la inversa y con  la fuerza de las masas populares, aspira expandir este territorio hasta vencer. O, bueno, algo como eso.


ɐᴉɹɐuoᴉɔnloʌәɹ uoᴉɔuәʇuᴉ әp ɐpɹәᴉnbzᴉ ɐl

3. Este es otro de los grupos más vilipendiados, pero no por ello menos masivo -quiénes integran ese bloque es aún incierto. Plantea la necesidad de avanzar en una especie de contribución mutua porque "lo público y lo privado" no son necesariamente taaaan excluyentes (algo así como: oye, yo sé que parece que fueran distintos, pero en verdad, producen lo mismo... ¿O no?). El punto es cuál de los dos territorios entrega "bienes públicos" (vaya a saber uno lo que es eso si no es aquello que provee el territorio mismo de "lo público"! pero en esta definición puede ser, en realidad, cualquiera en tanto que sea "Bueno" -es decir, cualquiera de estos dos es potencialmente "malo" y, por ende, dado que ninguno es positivo a priori ni abre posibilidades de avanzar hacia lo público a priori, da igual cuál reivindiquemos-). 

sopɐʌᴉɹәp ʎ ɐʇɹәɔuoɔ

4. bueno, y esto en verdad no sé si existe pero sería un compadre muy chistoso y en volá le compraría una chela pa que me cuente su rollo.


opᴉdnʇsә un


Espero que esta brevísima guía le resulte ilustrativa. Como es de izquierda, probablemente tenga ciertas "precisiones que hacer" y "matices que aportar" para "enriquecer la discusión" que este post pudo haber despertado.

Pues nadie le puede decir que no lo haga si quiere hacerlo así que hágalo con confianza no más. 

¿Todos pueden tener un blog?

Cuando estaba pensando en tener este blog, y fantaseando sobre lo bacán que sería tenerlo y toda la gente que lo leería, y lo hilarantes que serían mis entradas y lo hermosa que se volvería mi vida, había una pregunta que me frenaba. Me preguntaba si es que yo creía que tener un blog iba a ser una plataforma para hablar de mí misma y mi vida, o si creía, por el contrario, en hacer un blog público, es decir, temático, que permitiera, por así decirlo (así lo decían las voces en mi cabeza), socializarlo.


Lo que pensé después fue que pensar que había un antagonismo irremediable entre lo que podría ser un blog sobre la vida de uno mismo versus uno que tuviese "temas" que fueran entendibles por todos era en un error. Pensé que esa afirmación, que si la pensamos como lo pensaría un materialista histórico clásico, es bien atribuible a una manifestación de la superestructura en la relación con los blogs (y que los blogs personales eran burgueses, y los temáticos, del proletariado), no era tal cosa para mi comprensión. No lo era porque creo que es cierto que cuando uno se adentra en la singularidad, emerge la universalidad: cuando leo un blog que es totalmente encarnado, la vida de una persona contando sus weás, me cuesta poco identificarme. El punto es que espero que la gente diga, cuando lea mi blog:



"Mira, lee esto, esto mismo me pasó a mí."